Hoy he vuelto a caminar sobre las aguas. No en el sentido literal de la palabra. Digamos que hoy he vuelto a sentir el mundo a mi alrededor. He salido de mi habitación, no solo mi cuerpo, también mi mente, la que quedó atrapada entre esas cuatro paredes sin ventana ni puerta ni modo de escapar. Hemos salido agarradas de la mano, y bajado lentamente las escaleras, paso a paso, por si una sentía la necesidad de huir ante el terror que amenaza tras la puerta y la otra necesitaba fuerzas para impedirle regresar a su lenta y agónica muerte. No ha sido un descenso fácil, mi mente se resistía, parecía que cada escalón era un precipicio más grande que el anterior, y las dudas que habitaban la baranda de la escalera saltaban hacia ella acosándola y gritándole al oído que se diera la vuelta. No, no ha sido fácil en absoluto, pero allí estábamos ya, delante de la puerta de la casa.
Mi cuerpo, que tantas veces abriera esa puerta, la veía limpia y de fácil manejo, ligera aparentemente. Mi mente en cambio se asombró de los centímetros de acero que la componían, de las telarañas que cubrían su picaporte, del polvo acumulado durante horas y días y semanas. Llegó la hora de pararse a observarla hasta estar completamente segura de cómo cruzar el umbral. Fueron unos minutos intensos, tanto que casi parecieron horas de interminable locura mientras en mi mente se libraba una batalla campal en la que la sangre y el orgullo se derramaban por doquier. El dilema moral al que se enfrentaba no parecía tener un claro vencedor, hasta que sin previo aviso extendió un brazo y actuó. Actuó sin pensar, irónico tratándose de una mente, ¿no? Sea como fuere, el caso es que abrió la puerta, y no fue fácil. Era pesada, extremadamente pesada, las fuerzas comenzaban a flaquearle, las ideas intentaban salir atropelladamente de ella, la perspectiva de acabar con tanto dolor y volver a su rincón era tentadora, pero su orgullo, o algo dentro de ella que nunca llegué a saber lo que era, le hizo continuar. Ya no hubo quien la parase.
Soltó mi mano, ya no la necesitaba. Se había levantado y tomado las riendas de su vida. Ya no había quien se interpusiera en su camino. Rectifico, ya no hay quien se interponga en nuestro camino, en mi camino. Mente y cuerpo volvieron a ser uno. Y esa habitación del pánico fue derribada, mi mente se encargó de prenderle fuego sin pensarlo dos veces. No tenemos intención de volver allí. Nunca.
Como decía al principio. Hoy he vuelto a caminar sobre las aguas. He salido a la calle y un rayo de sol ha alcanzado mi rostro, y he cerrado los ojos de puro instinto, y mi mente se ha quedado en blanco. No quería pensar, llevo meses pensando únicamente. Quería sentir. Una brisa de aire me ha rozado y he notado mi piel estremecerse. Me he tumbado en el césped simplemente para ver crecer la hierba. He sonreído al ver a unos niños jugando y riéndose, he soñado con un atardecer en cualquier cala perdida de la costa de quiénsabedónde. He vuelto a sentir la vida a mi alrededor, más intensa que nunca. Como decía, he vuelto a caminar sobre las aguas. Hoy… Solo acaba de empezar.