A penas estuvo plantada en mitad de un paso un par de segundos que se alargaron un par de siglos. Los últimos meses de su vida pasaron ante sus ojos: un texto en la pantalla de un ordenador, unas cuantas sonrisas telefónicas, el primer "te echo de menos", una canción, dormir juntos a cientos de km de distancia el uno del otro, un billete de avión, una promesa, una sonrisa, un beso, otro, un trapito negro, un par de viajes por un país extranjero y desconocido, un CD, muchas nöches juntos, un te quiero... Un adiós.
Una tira cinematográfica de imágenes difusas que le hicieron darse cuenta de que la había abandonado, que se había ido tan lejos que el día en que ella más le necesitaba ni siquiera podía coger un tren para verle unos minutos y volver a tiempo para ir al trabajo. Él estaba demasiado lejos. Demasiado lejos para todo. Y ya no podía pasar más tiempo evitando una realidad que tocaba a su puerta incesantemente. Estaba demasiado lejos, física y emocionalmente.
Y en ese preciso instante en que las últimas piezas del rompecabezas encajaron su corazón dejó de luchar, su mente se relajó, su cuerpo empequeñeció y se dejó llevar por el viento de Poniente, y el ensordecedor ruido de platos rotos impidió que ella volviera a escuchar su propio latido. Se podría decir que hasta el momento... No ha vuelto a latir.