20 de diciembre de 2011

Visitando el Sepulcro Blanco

No te das cuenta de lo mucho que echas de menos algo o alguien hasta que vuelves a casa tras varios meses y recorres esos lugares donde siempre le veías. Y ya no viene corriendo a saludarte al entrar por la puerta. Ya no hay saltos de alegría. Ya solo hay silencio. Y ahí empiezas a ser consciente de tu pérdida. Pero lo peor aún está por llegar. Lo peor llega cuando sacas fuerzas para visitar su tumba. Y piensas llevar unas flores. ¿Para qué? Ya no las puedes oler. Y a dos metros de distancia, cuando casi podrías estirar el brazo y tocar la cruz... las lágrimas nublan tu vista. Y te das la vuelta y echas a correr, para escapar. Muy lejos, donde no te persiga su recuerdo.


Da igual, toda la casa lleva su nombre escrito. Cuánto se te echa en falta...

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