2 de septiembre de 2012

Sueños de una Nöche de Verano

Había sido un día duro. Llevaba todo el día sonriendo escondiendo su dolor tras un escudo infinito. Arrojó su bolso sobre la encimera de la cocina y subió arrastrando los pies para sumirse de nuevo en sus frías sábanas y la soledad de su habitación como única e inseparable compañía. Vio un resquicio de luz titilante, como de una vela, e hizo memoria. Había salido por la mañana temprano de casa, y ella nunca encendía velas por la mañana. Abrió la puerta extrañada y allí estaba él. Se había cortado el pelo y llevaba barba de varios días. Él, su gran amor, sentado al borde de la cama, con su camisa blanca y una rosa roja en la mano. Una de esas tratadas químicamente para que duren años. Los mismos que hacía que estaba enamorado de ella. La joven pensó que se derretiría. Mil escenas pasaron por su cabeza. Mil posibles reacciones, cada cual más excéntrica que la anterior. Logró controlarse y se sentó a su lado. Si había ido hasta allí tras varias horas de avión y otras tantas de autobús sería porque tendría algo importante que decirle. Así que se sentó, cogió su mano y supo que, dijera lo que dijese, jamás volvería a dejarle ir.

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