Te convences de que no extrapolarás de forma física lo que los mortales llamamos “sentimientos”. Pero hay cosas que cuando empiezan son imparables. Y una vez cometido el pecado, ¿por qué no ser un reincidente? Más que menos, para el caso, viene a dar igual.
Días con sabor a novedad, a ilusión, a amaneceres acompañada y nöches sin dormir. Pero todo llega y todo pasa, y lo bueno siempre llega a su fin.
Dulces despedidas en la estación, siempre tan llenas de palabras que nunca se llegan a decir, aparentemente románticas y mágicas, llenas de emoción contenida, de un ¿cuándo te veré? ¡Si yo no quiero irme! ¡Quiero quedarme aquí contigo para siempre!. Salvo la que estás viviendo. Un adiós frío y sin vida, sin sentimientos ni aparentes ganas de un reencuentro. Rápido, casi como “por favor, súbete al puñetero autobús que estoy deseando irme, pesadilla”. No hay besos de última hora salvo si tú los das, no hay nada más allá de abrazos cálidos cargados de amistad y cariño. Y finges que no lo notas, sonríes, haces cuatro bromas, das un par de besos prácticamente no correspondidos y te vas con una sonrisa que quiere ser feliz y no sale de triste. Y ahora, ¿qué?
Silencio. Más silencio. Reflexiones. Hora de madurar. Debiste huir en su momento, y ahorrarte sufrir tontamente, porque en realidad tú no quieres que llegue a más pero tampoco que se quede en nada. Tú solo quieres continuar un poco más. Y aparentemente lo hace. Habrá que seguir dando tiempo al tiempo.
No sabes dónde va a llegar un beso, pero cuando surge… solo te queda la opción de continuarlo.Y no pienses que al final… Siempre, y reitero SIEMPRE, duele.
No hay comentarios:
Publicar un comentario