Y todo iba bien, hasta que se enamoró de una discípula de su Maestro, y ella se enamoró de él. Ambos conocían las Tradiciones; él sabía que no era su hombre, ella sabía que no era su mujer. Aún así, se entregaron el uno al otro, dejando en manos de la vida la responsabilidad de separarlos cuando llegase el momento. Esto, en vez de disminuir la entrega, hizo que los dos viviesen cada instante como si fuera el último, y el amor entre ellos pasó a tener la intensidad de las cosas que se tornan eternas porque saben que van a morir.
Un lugar perdido en la memoria de aquella completa demente, entre los recuerdos de una vida llena de actos premeditados que guiaron sus pasos hacia un camino sin retorno, sólo comprensible para aquellos lo suficientemente locos como para atreverse a entender la magnitud de sus palabras...
12 de julio de 2011
Lo nuestro es también eterno, entonces...
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