A veces, cuando leo entradas anteriores, me pregunto si no resulto un poco más patética de lo habitual. Probablemente. Y pienso si acaso tengo que fingir incluso en mi propio blog, en mi remanso de paz, en mi descarga emocional.
Antaño hubo gente muy importante para mí que solía leerme a menudo. Últimamente las cosas han cambiado tanto que apostaría a que no lo hace ninguno. De hecho estoy tan segura como de que soy la única que se duerme aún a veces recordando las islas del Adriático.
Nos empeñamos en castigar los sentimientos, y hacer un tabú de la tristeza y la nostalgia. Como si tuviéramos que estar siempre pegando saltos de alegría. Qué irónico. No necesito fingir nada. Me he cansado de engañarme a mí misma, de buscar la felicidad y cuando la tengo delante huir de ella.
Me he prometido a mí misma dejar de fingir, de pretender, de mentir, de sonrisas vacías... Y aceptarme a mí y a lo que sienta. Y escribir tal cual me sale, que eso nunca he podido fingirlo.
Y lo demás ya vendrá solo poco a poco...
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